Hacer ciudad

Por Bernardo L.

Hacer ciudad

Soy un caleño que se trasladó a Bogotá hace muchos años, pero desde hace unos cuatro años me he reencontrado con mi ciudad gracias a que se volvió el lugar de residencia de mi hijo. Durante los fines de semana en que intento acostumbrarlo a una rutina de ejercicio por algunas de sus zonas verdes, quedo maravillado con la espectacularidad de la vegetación en vastos sectores de la ciudad. Y no es que no lo supiera, porque desde que tengo memoria recuerdo la maravilla de árboles del Valle, sólo que, tal vez, no me detenía a observar detenidamente todas esas especies como los samanes, chiminangos, acacios, ceibas, guayacanes, etc., hasta especies de menor escala como descomunales helechos platiceros.

 

Desde que me gradué como arquitecto, he tenido la fortuna de vivir por algún tiempo en ciudades que tienen en común ese verde exacerbado en su espacio público, como lo son algunas zonas de Miami, Sidney y Rio, y que ahora estoy seguro que, inconscientemente, las escogí y me sentí tan a gusto en ellas en gran medida por ese aspecto natural. Las cualidades naturales de las que hablo son de muy pocas ciudades en el mundo, y son tales que para muchos suena inverosímil que existan arboles de más de 50 metros de diámetro en plena ciudad, y que sus sombras cubran varios kilómetros de vías principales. Mi insistencia con nuestra vegetación es porque aunque no necesariamente lo tengamos presente, es precisamente ésta la que hace de muchos parajes, lugares muy especiales donde encontramos sosiego y de los que todos queremos disfrutar: la arquitectura y el urbanismo propuestos deberían responder a esta vegetación y complementarla.

 

La idea que quiero poner sobre la mesa se me ocurrió a raíz de un artículo publicado en el periódico EL PAIS, el 15 de Mayo de 2019, titulado “Buscan que bienes de narcos pasen a manos del Municipio”, una propuesta de la bancada del departamento para lograr efectivamente que al Municipio le fueran transferidos de manera gratuita algunos de los bienes improductivos ‘administrados’ por la SAE (Sociedad de Activos Especiales), “para convertirse en escenarios deportivos, culturales y polos de turismo”. La idea me parece fantástica.  Sí, es cierto que Cali ha aportado miles de muertos y dolor por cuenta del narcotráfico y todas las actividades en torno a él, y precisamente por ello y como una suerte de compensación, suena apenas lógico que algunos de esos inmuebles pasen, no solamente al gozo de sus habitantes, sino a convertirse en unas rentas adicionales para el Municipio que tan bien caerían para futuros desarrollos y/o para el pleno mantenimiento de los mismos. Pero si en vez de que los predios fueran transferidos, se intentara venderlos, creo que pasaría una de dos cosas: o existe una altísima posibilidad de ser adquiridos de nuevo con dineros de dudosa procedencia a través de recompra a/por terceros, o simplemente no se venderían porque quien se atreva a comprarlos viviría en un estado de permanente preocupación por alguna represalia que algún privado que crea que tiene derechos sobre el mismo, pudiera tomar en contra. Siendo así, el Municipio como único dueño del predio, de cierta manera blinda para que ninguna de las situaciones anteriores ocurra y, en cambio, sí se podrían convertir en hitos urbanos replicables en distintas zonas de nuestras ciudades en condiciones similares.

 

Distinto a los cinco predios que, según el alcalde, se transfirieron en el 2020 – que incluye los terrenos en que funcionaba el Club San Fernando -, quiero tocar el caso específico del predio entre muros que se encuentra en el costado norte del Humedal de La Babilla entre calles 13 y 13ª. Me parece particularmente importante por tres razones: su localización, pues es la entrada al occidente de la zona comercial de la carrera 105 (Avenida San Joaquín), –sin duda, la zona comercial de más alto nivel del sur de la ciudad–; segundo, por ser remate de un importante ‘corredor ambiental’ que termina contra el Humedal en la acera de enfrente; pero también por su tamaño que es lo suficientemente amplio para pensar en grande. Tiene aproximadamente 6’000 M2 y colinda por detrás con un Carulla.

Ahí podría plantearse un concurso de arquitectura para un edificio híbrido, de usos mixtos, que contenga parqueaderos sin parecerlo, también con usos de comercio en primer piso y azotea, espacios para la cultura y recreación para hacer de éste un piloto de centro barrial.

 

Por la similitud del caso, me refiero a algo tan especial como el LAZ Parking, 1111 Lincoln Road diseñado por la firma de arquitectos Herzog & de Meuron, en la esquina occidental de la famosa calle peatonal en Miami Beach, donde no solamente se estaciona para luego recorrer esa famosa vía, sino que también es un lugar que alberga comercio de primer nivel en su planta baja, y donde se puede pasar un rato muy agradable en muchos de los eventos especiales para el cual lo arriendan.

LAZ Parking, 1111 Lincoln Road, Miami, Herzog & de Meuron

En Cali, ese lugar tendría una de las mejores vistas porque en sus pisos inferiores goza de un verde exuberante en primer plano, y en su azotea –resultante de una volumetría a nivel o levemente por encima de las copas de los arboles existentes del parque enfrente–, vista de samanes, ficus  y guaduales en primer plano, y de telón de fondo, los siempre imponentes Farallones de Cali. Además, no me cabe duda de que existen en Colombia arquitectos perfectamente capaces de proponer soluciones de altísima calidad arquitectónica.

 

Esto sería ciertamente un gana-gana para la ciudad. Por un lado, proveería los parqueaderos que esa carrera comercial necesita y, además, daría servicio a los usos complementarios que el edificio albergaría, liberando de carros los andenes como cualquier ciudad moderna. Con semejante arborización, es apenas lógico pensar en andenes sin interrupciones y que ya están protegidos del sol. Supone un aporte fundamental a una zona comercial importante dentro de la ciudad puesto que prioriza al peatón; además agiliza el flujo vehicular, pues no se interrumpe al intentar parquear, y podría eventualmente plantearse que los locales puedan hacer uso con mesas y sombrillas de parte de ese nuevo gran anden, para convertirlo en un hermoso bulevar. La idea de poder parquear exactamente enfrente al local al que uno se dirige bloqueando el tránsito peatonal, es una idea francamente tercermundista y generalmente va en contravía de lo que los arquitectos y urbanistas llamamos Hacer Ciudad. También está inventado el valet parking siendo además una muy buena posibilidad de negocio para su operador que des-encarta al usuario del carro y a los andenes de indebida invasión.

 

Por supuesto es una tarea que debería involucrar muchos actores para satisfacción de todos: un Estado generoso, la revisión de la normativa por parte del Municipio para permitir los usos y limitar lo construido, un estudio muy juicioso para su viabilidad financiera y una magnifica propuesta arquitectónica con una propuesta seria de sostenibilidad, salida de un concurso público sin jurados amañados, tanto para el nuevo edificio con su parque, como para la remodelación/restauración de las aceras sobre la carrera 105 hasta la Avenida Cañasgordas, y que sean los peatones y no los carros quienes los invadan.

 

La normativa específica para el predio estipula unos índices de construcción y de ocupación donde se podría edificar hasta el 50% del predio. Si se construyera según esta normativa vigente, sacrificaríamos la mitad de ese predio en construcción en una edificación de exactamente 5 pisos. Su altura resultante no me parece mal pero su “huella” me parece más grande de lo ideal, sobre todo teniendo en cuenta que el sótano, cualquiera que sea su tamaño, no cuenta para ninguno de ambos índices. Yo, tal vez reduciría su “huella” máximo a una tercera parte del predio a favor de un área verde mayor, sobre todo por ser remate de un corredor ambiental importante. Lo que no limitaría sería la altura entre placas de entrepiso, pues no amarraría la propuesta arquitectónica a un parámetro tan estricto.

 

 

Hagamos a Cali grande otra vez. No nos quedemos atrás como ya muchos paisanos han advertido y sentido, pues tenemos una joya natural que merece una mejor ciudad en términos de calidad arquitectónica y urbanística para el beneficio de todos. Está demostrado que los espacios públicos como plazas y parques, centros culturales, recreativos y deportivos son la mejor receta para derribar desigualdades y promover paz.

Bernardo Lourido Anzola

Arquitecto Universidad de Los Andes 2001
Maestría en Gerencia de Arquitectura, Instituto de Empresa, Madrid, 2019